La corrupción en el Perú ha dejado de ser un fenómeno aislado para convertirse en un componente estructural del sistema político. En un contexto de democracia simulada o de imitación, donde las formas se mantienen pero el fondo está profundamente degradado, los actores políticos —muchos de ellos aliados o cómplices de la corrupción— reproducen prácticas clientelistas y populistas que profundizan la descomposición institucional. Uno de los ejemplos más cínicos y representativos es el uso de dádivas como chocolatadas navideñas, entrega de víveres o regalos en fechas especiales, que enmascaran el interés electoral bajo una supuesta preocupación social. Tema aun mas arraigado en ciudades del interior del Perú Como Cusco , Apurímac y Arequipa
1. Democracia de imitación: el cascarón sin contenido
Aunque el Perú cuenta formalmente con elecciones periódicas, poderes del Estado y un marco legal, en la práctica muchas de estas instituciones:
- Funcionan como instrumentos de control político, no como espacios de representación ciudadana.
- Son capturadas por intereses privados o mafias organizadas, debilitando su legitimidad.
- Se alejan del ideal democrático, pues la participación ciudadana es instrumentalizada, no promovida.
Este modelo, funcional a la corrupción, perpetúa un sistema donde el poder se reproduce a través de redes de complicidad, impunidad y manipulación del discurso democrático.
2. Corrupción sistemática: cuando el robo se institucionaliza
En lugar de ser un desvío del sistema, la corrupción se ha vuelto un mecanismo central de acceso, ejercicio y reproducción del poder:
- Presidentes y funcionarios investigados por coimas y sobornos (Odebrecht, obras públicas, financiamiento ilegal).
- Gobiernos regionales y municipales como focos de corrupción: alcaldes y gobernadores enriquecidos ilícitamente, muchas veces reelegidos por la manipulación de la pobreza.
- El Estado como botín, donde la gestión pública se convierte en oportunidad de lucro para políticos y empresarios.
Esto ha consolidado una percepción perversa en muchos sectores: “que robe, pero que haga algo”.
3. El cinismo de los candidatos y las dádivas disfrazadas de ayuda social
Uno de los elementos más hipócritas y recurrentes del clientelismo político en el Perú es el uso de dádivas y actos asistencialistas como estrategia de campaña. Chocolatadas navideñas, entrega de canastas, víveres o útiles escolares en fechas señaladas son prácticas normalizadas que:
- Aprovechan la precariedad y necesidad de las poblaciones vulnerables para conseguir votos con regalos temporales.
- Reforzan una cultura de dependencia y sumisión política, donde el ciudadano vota por quien «le dio algo», no por propuestas o principios.
- Se disfrazan de “solidaridad” o “responsabilidad social”, cuando en realidad constituyen compra de votos encubierta y una falta ética grave y encima con fotografías en mercados de abastos.
Estos actos son más escandalosos cuando los protagonizan ex candidatos o figuras recicladas, muchas veces involucrados en escándalos de corrupción, que vuelven a escena con discursos redentores, apelando al olvido o al perdón colectivo, mientras reparten chocolatadas, flores por el día de la madre y demás regalos como si eso compensara años de desfalco al erario público.
4. El perfil del “amigo de la corrupción”
Muchos de los candidatos que participan en estas prácticas tienen en común:
- Antecedentes judiciales o investigaciones pendientes.
- Vínculos con redes criminales o economías ilegales, como minería informal, narcotráfico o contrabando.
- Financiamiento irregular de campañas, muchas veces encubierto mediante fundaciones o aportes “anónimos”.
- Populismo extremo o discurso religioso-moralizante, que oculta su verdadero objetivo: el poder por el poder.
- Algunos funcionario y exfuncionarios fracasados que no pudieron cumplir sus funciones de manera eficiente y descaradamente ahora quieren llegar a ser alcaldes
5. Consecuencias de esta cultura política
- Desprestigio generalizado de la democracia, vista como un sistema corrupto e inútil.
- Ciudadanía desmovilizada y frustrada, que opta por el voto nulo, ausentismo o el respaldo a opciones autoritarias.
- Reproducción de la desigualdad, porque los fondos públicos no se usan para políticas sociales estructurales, sino para enriquecer a las élites corruptas.
6. ¿Qué hacer frente a este panorama?
- Desenmascarar el clientelismo: visibilizar que las dádivas no son ayuda, sino manipulación.
- Exigir transparencia y rendición de cuentas a todos los candidatos, sin excepciones.
- Apoyar medios independientes y periodismo de investigación que denuncien estas prácticas y decirle no a un sector de la prensa vendida y corrupta.
- Formar una ciudadanía crítica y activa, que no se deje seducir por “regalos” sino que evalúe programas, trayectorias y coherencia ética.
Conclusión:
El Perú enfrenta una crisis profunda donde la representación política ha perdido legitimidad y el oportunismo electoral sustituye al compromiso real con el país. La persistencia de prácticas cínicas, como el uso de la necesidad social para obtener apoyo, revela una clase dirigente desconectada de los valores democráticos. Urge una renovación ética y política que devuelva al ciudadano el poder de decidir con conciencia, no por conveniencia. Las cosas por su nombre y Sin Mordaza.
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